El año pasado nos hacíamos eco de una encuesta realizada por NPD Group en Estados Unidos, cuyos resultados mostraban que a pesar de que los estadounidenses están preocupados por los transgénicos, no sabían qué son, o simplemente creían que eran alimentos procesados o alimentos no naturales. Estos resultados delatan que buena parte de la preocupación por los alimentos transgénicos guarda relación con el desconocimiento. Por tanto, se consideraba que era difícil que alguien pueda decir que está a favor o en contra de los alimentos modificados genéticamente teniendo dudas como qué son, de dónde proceden, qué finalidad tienen, cómo se pueden identificar, etc.
Hoy conocemos otro estudio que vuelve a poner en relieve el gran vacío de conocimiento que existe sobre este tema. Según los resultados obtenidos, muchos consumidores estadounidenses no saben qué es el ADN ni los alimentos transgénicos, esto es una complicación, sobre todo sabiendo que en los debates políticos sobre el etiquetado de este tipo de alimentos se suelen citar las encuestas que se realizan entre los consumidores sobre el tema.
Los investigadores de la Universidad de Florida querían saber en qué se apoyaban las creencias de los consumidores sobre los alimentos modificados genéticamente para conocer las necesidades de un etiquetado obligatorio que los identifique. Se pretendía averiguar qué sabían los consumidores sobre la biotecnología, las técnicas de crianza y las preferencias del etiquetado de los alimentos transgénicos.
En una encuesta online realizada a 1.004 participantes se hicieron una serie de preguntas con el objetivo de medir estos conocimientos, los resultados obtenidos se pueden calificar de lamentables. Un 84% de los encuestados apoya una etiqueta que identifique a los alimentos modificados genéticamente, sin embargo, un 80% también apoyó una etiqueta obligatoria para el ADN que contienen los alimentos. Es curioso saber que un 33% de los encuestados cree que los tomates modificados genéticamente no contienen genes, o que un 32% cree que las verduras no contienen ADN. Resulta que el ácido desoxirribonucleico está presente en todos los organismos vivos, por lo que las respuestas delatan un gran desconocimiento sobre estos temas.
Este vacío de conocimiento es un problema, evidentemente ello no exime de la necesidad de informar a los consumidores si un alimento contiene materias primas transgénicas, pero a la hora de decidir si comprar un alimentos transgénico, es difícil que se tome una decisión con conocimientos fundamentados, se toma en base a convicciones erróneas o por seguir a quienes se oponen a los alimentos transgénicos. Quienes solicitan el etiquetado de los alimentos modificados genéticamente, deberían preocuparse más por informar y explicar a la población qué es un alimento transgénico, qué riesgos existen, qué es el ADN, qué es un gen, y todo aquello que pueda estar relacionado con este tipo de alimentos. O quizá simplemente necesitamos una sociedad más preocupada por lo que de verdad importa, con interés por adquirir conocimiento sobre lo que le afecta directamente, como su alimentación.
Los investigadores explican que su estudio muestra que el término transgénico puede hacer creer a los consumidores que la modificación genética altera la estructura de un organismo, mientras que otras técnicas de reproducción no lo hacen. Por otro lado, se ha detectado que los encuestados tienden a cambiar sus creencias y respuestas con respecto a la seguridad de los alimentos modificados sin mucha resistencia, este dato es bastante curioso porque delata bastante inseguridad y que no se sabe bien qué decisión tomar.
Ya se han realizado varias encuestas sobre este tema y los resultados son similares, quizá se puede decir que ha aumentado el porcentaje de consumidores que desconocen estos temas, debido a que también ha crecido el número de consumidores que piden el etiquetado de los alimentos modificados genéticamente. Podéis conocer todos los detalles de esta investigación a través de este artículo publicado en la página de la Universidad de Florida, y en este otro publicado en la revista científica FASEB.
Foto | Jamie Caudill
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